Hacia 1564 el Rey Felipe II, bajo cuyo dominio se encontraba la ciudad de Nápoles, envió órdenes de confiscar los bienes de los herejes en nombre de la corona y de establecer el Tribunal de la Inquisición según el modo en que ya se venía haciendo en España. En realidad se trataba de una medida más de las tantas llevadas a cabo por su emisario, el virrey Pedro Afán de Ribera, duque de Alcalá, quien hacía ya tiempo venía desencadenando una dura persecución religiosa contra los contradictores de la Iglesia católica. La respuesta de la ciudad del Vesubio no se hizo esperar, por lo que se corría el riesgo de una sublevación: los ciudadanos pedían que los bienes de los herejes pasasen a los descendientes y rechazaban el establecimiento de la Inquisición ‘a modo español’. El único camino para una posible salida de la problemática se encontró en enviar una embajada a Madrid, que hiciera presente el pedido de la ciudad frente al Rey y su Corte. Ambos interesados, tanto el virrey como la nobleza napolitana, estuvieronde acuerdo en que el teatino Pablo Burali de Arezzo fuera puesto a la cabeza de la comitiva. Otra vez encontramos a la comunidad de teatinos en la resolución de una problemática civil, como aquella de 1547, cuando San Cayetano intercedió con sus oraciones y diálogos con el Virrey ante el riesgo de implantar la inquisición en Nápoles por orden de Carlos V.
Había pasado apenas un año y medio de la muerte del prepósito de la Casa Teatina de San Pablo el Mayor, Juan Marinoni, a quien sucedió el mismo Burali. En la misma casa vivía el Padre Andrés Avelino, quien desempeñaba por esos años el cargo de maestro de novicios. Él mismo afirma en una carta que su connovicio, el Padre Pablo, pedía su compañía en tan difícil misión, pero la responsabilidad ante los jóvenes teatinos no le permitía al Padre Andrés dejar la comunidad por el tiempo que requería semejante labor. Sin embargo su apoyo no faltó: como era costumbre del santo, hizo llegar sus consejos, argumentos y exhortaciones por medio de cinco cartas a lo largo de los siete meses que duró la misión diplomática.
Una vez llegado a Madrid, Pablo Burali fue recibido como el ‘duque de Florencia’ (según afirma Andrés Avelino) ya que su fama se había difundido en la Corte después de las renuncias a varios obispados ofrecidos por Felipe II, quién también lo recibió de muy buen modo. Sin embargo, avergonzado el Rey por no poder responder favorablemente a los pedidos del teatino decidió dejar la ciudad esperando que el padre Burali, al no ver respuesta de su Majestad, regresara a Nápoles. Siete meses permaneció el religioso en Madrid, esperando el regreso del Rey, quien viendo la insistencia le concedió lo que pedía.
No fue un tiempo fácil para el Prepósito de San Pablo. El desplante de Felipe II y el peso de cargar con las necesidades y reclamos de una de las ciudades más importantes de su tiempo le trajeron gran desilusión. La larga estadía provocada por la falta de respuestas concretas la vivió como una dura humillación. Es en este ‘estado de ánimo’ que ubicamos la carta escrita por su hermano y amigo, San Andrés Avelino, el cual lo exhorta a la paciencia y a la perseverancia, a recordar que todo desprecio del mundo es crecimiento hacia la voluntad de Dios. De gran valor es la oración que le propone rezar con insistencia en los momentos de desolación y el recuerdo constante de que, incluso ante una misión política, él es religioso, y como religioso un día renunció a su propia voluntad para hacer la voluntad de Dios, incluso en las propias humillaciones. Por último la carta nos regala un verdadero testimonio de caridad fraterna, de modo que al leerla podemos decir de estos grandes teatinos lo que se decía de los primeros cristianos: ‘Miren como se aman, miren como están dispuestos a morir el uno por el otro’ (Tertuliano, Apologético 39)
Mi muy dulcísimo y Reverendo Padre en Cristo. Son ya diez (días) de que escribiese tendido a Vuestra Reverencia y poco antes le había escrito otras tres cartas. Ahora por mi pereza no teniendo materia digna a sus oídos, dudaba escribirle. Incluso por no perder ninguna ocasión, y por no faltar a la obediencia por usted a mí impuestame decidí a querer ser tenido por tonto al escribir, que negligente, no escribiendo. Tanto más que su caridad dispensará mi ignorancia. Comenzaré entonces con la Gracia del Señor a confortarlo a estar firme en la Fe viva, la cual siempre, incluso sin nosotros saberlo, procura nuestra salvación. Y de aquellas cosas donde pensamos encontrar confusión, resultan a nosotros corona de perpetua gloria. Pero Padre mío amadísimo nada se debe turbar, ni de la tardanza, ni de no poder obtener cualquier pedido. Porque mejor sabe Dios aquello que a la salvación de aquel reino sea más conveniente, y aquello, más fructuoso para su alma, lo cual desconocemos. Si el Señor prevé que la expedición, según lo que deseamos, sea ventajosa a nuestras almas, y a Vuestra Reverencia no sea causa de vanidad: nada dudo que Dios concurrirá con su Gracia, y sucederá que el Rey nos concederá aquello que pedimos. Pero si prevé que aquella Gracia aportará ocasión de ruina a nuestras almas, y poca ventaja al alma de V.R. no inspirará a su Majestad que consienta nuestras peticiones.
Por lo tanto V.R. con un ánimo generoso ofrézcase a Dios diciendo así: Señor mío, que de nada me creaste a imagen y semejanza tuya, me has recuperado con tu preciosa e inmaculada sangre y me has concedido la gracia de renunciar al mundo y a la propia voluntad, despreciando las riquezas, los honores y toda otra mundana vanidad. Dame la gracia de que no solo pacientemente, sino con suma alegría yo abrace toda confusión por amor de tu Divina Majestad y que en ningún tiempo pretenda obtener cosa que sea contra tu honor; sino que en todas ellas sea glorificado tu Santo Nombre; y yo sea siempre confuso en este mundo. Hecha este ofrecimiento deberá esperar firmemente, que el Señor no podrá abandonarlo.
Padre mío queridísimo, V.R. por cuanto veo es muy amado por la Divina Bondad: a lo que le dona siempre ocasión de meritar y contra la propia voluntad busca hacerlo glorioso. Porque muchos desprecian las riquezas, las comodidades, las dignidades, y la propia vida; pero muchos pocos se encuentran, que pacientemente sostienen ser ofendidos en la propia reputación. Pero el Señor cuando en la última bienaventuranza dice: Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí (Mt 5,11) parece demostrar que nadie puede pacientemente sostener las maldiciones, detracciones, y murmuraciones; si primero no será pobre de espíritu, manso de corazón, pacifico, etc. Por lo cual habiéndole el Señor concedido la gracia de ser pobre de espíritu, y algunas otras de las bienaventuranzas en la presente vida; quizás le concederá la ultima: para hacerlo perfectamente beato. Dispóngase entonces a las confusiones y abrace de buena gana la cruz de las murmuraciones, si quiere subir hacia las eternas consolaciones. Esté firme en el desprecio de sí mismo, si no quiere sentir perturbación. Sapienti pauca.
El Señor Alessandro Capace lo saluda infinitamente, y encomienda sus asuntos: no deje, cuando pueda, de agradecerle.
Del Señor Lucio no le escribo, ni le encomiendo sus cosas porque no parece necesario: que sabiendo cuánto lo ama, creo que usted mismo piensa en él. Incluso si mis oraciones valen para usted, y podrían ser de provecho para mí querido hijo: en el mejor modo que yo puedo, se los encomiendo.
Todos los Padres, y hermanos, y amigos de casa se encomiendan y piden su bendición. Y yo con todo el corazón me dono cuanto puedo. Y me perdone si soy presuntuoso en escribir: que no sabiendo qué decir, escribo aquello que me viene a la boca. Antes note la caridad, y no mis palabras, y ámeme como suele.
En Nápoles, el día 26 de Noviembre del 64.
Veny Ballester, A., San Andrés Avelino Clérigo Regular, Barcelona, 1962. Cap XIV (140-152)