En este tratado se trata de dar respuesta al porqué el Señor ha instituido este grandioso Sacramento. Por esto Andrés Avelino explica cómo Dios, habiendo creado al hombre con cuerpo y alma, los ha provisto de alimentos. Y explica cuáles son los alimentos propios del cuerpo y los del alma.
Cristo instituyó el Sacramento de su Cuerpo no sólo para ser alimento de aquellos que quieren mantenerse en la vida de la gracia, sino también para demostrarnos más su divino amor y humildad, que son, dice Avelino, las virtudes necesarias para recibirlo. Para recibir dignamente el Cuerpo del Señor se debe tener memoria de la pasión y muerte de Cristo. Enseña que Dios compadeciendo a nuestras almas, inclinadas al mal, y con la carne corrompida, nos ha provisto de otra carne santa, inmaculada, que es la carne de Cristo, de cuyo contacto vienen santificados el alma y el cuerpo de aquellos que lo reciben dignamente. Y con la unión con la carne de Cristo, el alma recibe la verdadera vida de gracia, y de gloria. La unión con la carne de Cristo es causa de unirnos con Dios, y con el prójimo. Así lo ha previsto Dios para reunir las almas consigo, y entre ellas.