Mirando al futuro, iluminados por la fe, fortalecidos por el amor, la misericordia de Nuestro Señor Jesucristo, y con una gran mirada a la esperanza de algo nuevo, diferente, algo mejor. Acompañamos a nuestra Familia Teatina en estos tiempos difíciles. Preparándonos para vivir la Navidad, la llegada del Salvador en la unidad de cada hogar.
El Diácono Juan Miguel Tabares, C.R., nos invita a reflexionar sobre el 4º Domingo de Adviento.
Roma, Diciembre 2020.
IV Domingo de Adviento
Alégrate, el Señor quiere dar luz a tu vida.
El Adviento esta por terminar. Cuatro días y será Navidad.
Ha sido un año difícil, ciertamente más difícil que en años anteriores … Pero está por terminar.
¿Está todo listo para la llegada de Jesús? ¿Le preparamos la casa? … ¿la habitación? … al menos una cuna? … ¡Incluso un pobre pesebre está bien!
En la primera lectura segundo libro de Samuel, nos recuerda que el rey David quería preparar una morada para Dios, sin embargo, es Dios quien se anticipa. De hecho, la monarquía parecía ser garantía de fidelidad al Dios de la alianza.
Es Dios quien da, libre, gratuita e incondicionalmente, además le promete mucho mas que un lugar, mucho más de lo que David le pueda ofrecer. Es Dios quien promete y cumple.
Muchas veces consideramos que cuando Dios da, es porque alguien se lo ha ganado, probablemente pensamos así porque es la lógica que hemos aprendido. Pero la lógica de Dios, no es como la nuestra. Dios da porque quiere dar, sin prejuicios, sin lamentaciones, sin pedir nada a cambio.
Dios no necesita nada, pero considero que si podemos hacer algo para Dios y es dejar que haga lo que quiere hacer en ti, sin poner obstáculos a su obra, acogerlo, acoger su palabra, sus enseñanzas.
Repetimos en el salmo Sal 88, ¡Cantaré eternamente tus misericordias, Señor! Que manera tan particular de alabar a Dios. El pueblo lo alaba por la promesa de la protección a la dinastía davídica, alaba la omnipotencia y la fidelidad divinas y por la Alianza de Dios con su pueblo.
Sobre todo, quiero resaltar la relación: Tu eres mi Padre, mi Dios, mi roca Salvadora (Sal 88, 29). Implícitamente estamos hablando de una relación, de una relación intensa de confianza plena. La experiencia del encuentro con la misericordia, ser visto, tomado en cuenta, percibir con dulzura, con una ternura profunda; la eterna fidelidad de Dios anima el corazón.
La historia de la salvación alcanza un punto culminante con el icono de la Anunciación. El pasaje que hemos escuchado hoy en el Evangelio, es sin duda uno de los más conocidos, pero cada vez que lo meditamos tiene esa capacidad de sorprendernos porque la Escritura tiene la fuerza de ser una vía inagotable que suscita nuevas reflexiones.
La escena tiene lugar en Belén, un país remoto al borde del Imperio Romano. Un lugar visto con desprecio incluso por los judíos ya que era lugar fronterizo.
Como nos dice Papa Francisco, la elección de Dios es por las periferias. Lo que es marginal a los ojos del mundo, se convierte en un lugar importante en la historia de la salvación.
La encarnación es un hecho que va mas allá de la situación personal de María, de José y de sus familias. Aquel que nace de la carne como hijo de David, es constituido y revelado por la fuerza del Espíritu como Hijo del Altísimo. Esta es la fe que profesamos, que el Ángel revela; Dios viene a morar entre los hombres.
Dios elige una mujer.
Por la generosa disponibilidad de María, humilde y atenta a la voluntad de Dios, Jesús hijo de David, entra en la historia del mundo.
María se muestra dócil al plan de Dios y sabe vencer las dudas iniciales: ¿cómo será esto? No conozco ningún hombre. Poco después cuando se da cuenta de los prodigios del Señor realizados en su prima Isabel — quien, a pesar de ser de avanzada edad, está esperando un hijo — frente a las explicaciones del ángel, se declara disponible. Irrumpe en la historia, reparando así, la relación con Dios ya fracturada por la desobediencia de Eva.
Ante esa propuesta, la respuesta de la Virgen no se hace esperar: “he aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”.
María, un ejemplo de fidelidad del ser humano a Dios, una joven a quien Dios no pidió nada. El texto del Evangelio no hace ninguna pregunta explicita a María de parte del Ángel, este se limita a revelar a María el plan que se realizaría puntualmente. Pero hace una acción generosa: se abandona a la voluntad de Dios y lo declara con total libertad.
Dios nos toma por sorpresa, cambia nuestros proyectos y nos desafía a elegir otro camino, el Suyo. No nos deja en medio de la nada, no nos abandona en el vacío, aún cuando nos sentimos solos y necesitados de ayuda, Él esta siempre allí.
María se convierte en el modelo del creyente que razona su fe, la vive plenamente sometiendo todas sus preocupaciones a Dios.
Cuántas veces en nuestra vida de fe pueden surgir dudas. María nos enseña a no esconderlas, sino a confiarlos al mismo Dios y Él no dejará de ofrecernos la respuesta para que lleguemos a comprender, como María que: Nada es imposible para Dios.
Diac. Juan Miguel Tabares, C.R.
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